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LAS CIUDADES INVISIBLES
Autor: Italo Calvino
Las ciudades invisibles, publicado en 1972, es una serie de relatos de viajes que Marco Polo narra a Kublai Jan, emperador de los tártaros. Se lee como una novela, pero también como un ensayo y un largo poema sobre la condición humana.
Las ciudades que el viajero describe al lacónico emperador consciente de que su poder no trasciende en un planeta decrépito, reciben nombres de mujeres. Las mujeres, como las propias ciudades, enseñan lo externo y permiten al espectador, en la medida que les apetece, hurgar en su interior. Irene o Eusapia o Clarisa o Zenobia son arquitecturas imposibles y acaso, por la misma razón, como las mujeres, veraces.
En literatura, lo que no puede existir se puede ver. Ahí radica su grandeza. El que contempla no sólo es el Marco Polo resucitado a las letras del s. XX. Le acompaña el emperador que posee un atlas con las ciudades comunes y con las que todavía no se han edificado o son fruto de la mitología. El emperador, al final del libro, reta a Marco Polo a descubrir las ciudades que él imagina en palacio. Y Marco Polo las conoce, las ha visto, las ha extraído tanto de sus temores como de sus deseos.
Italo Calvino convierte al lector en un observador promiscuo, en un contertulio silencioso, en un invitado ejemplar a la conversación del emperador y el viajero que abre y cierra cada capítulo. Su magia nos introduce en un recorrido cautivo de la mirada, pues el viajero rechaza adornar sus descripciones, cuenta lo que ve, con su lenguaje cargado de sugerencias. Es la magia de la memoria, que se guía, como el libro, por indicios anclados en el tiempo, aquellos indicios que encienden una luz cuando han pasado, siendo recuperados para el presente.
LAS CIUDADES INVISIBLES
Autor: Italo Calvino
Las ciudades invisibles, publicado en 1972, es una serie de relatos de viajes que Marco Polo narra a Kublai Jan, emperador de los tártaros. Se lee como una novela, pero también como un ensayo y un largo poema sobre la condición humana.
Las ciudades que el viajero describe al lacónico emperador consciente de que su poder no trasciende en un planeta decrépito, reciben nombres de mujeres. Las mujeres, como las propias ciudades, enseñan lo externo y permiten al espectador, en la medida que les apetece, hurgar en su interior. Irene o Eusapia o Clarisa o Zenobia son arquitecturas imposibles y acaso, por la misma razón, como las mujeres, veraces.
En literatura, lo que no puede existir se puede ver. Ahí radica su grandeza. El que contempla no sólo es el Marco Polo resucitado a las letras del s. XX. Le acompaña el emperador que posee un atlas con las ciudades comunes y con las que todavía no se han edificado o son fruto de la mitología. El emperador, al final del libro, reta a Marco Polo a descubrir las ciudades que él imagina en palacio. Y Marco Polo las conoce, las ha visto, las ha extraído tanto de sus temores como de sus deseos.
Italo Calvino convierte al lector en un observador promiscuo, en un contertulio silencioso, en un invitado ejemplar a la conversación del emperador y el viajero que abre y cierra cada capítulo. Su magia nos introduce en un recorrido cautivo de la mirada, pues el viajero rechaza adornar sus descripciones, cuenta lo que ve, con su lenguaje cargado de sugerencias. Es la magia de la memoria, que se guía, como el libro, por indicios anclados en el tiempo, aquellos indicios que encienden una luz cuando han pasado, siendo recuperados para el presente.